BOUDICA, LA REINA QUE DESAFIÓ A ROMA
La lucha de la líder de los icenos, desaparecida en el tiempo, fue más tarde recuperada por los historiadores y autores victorianos
¿Quién fue Boudica?
Los cronistas romanos Tácito y Dion Casio la describen como una guerrera de largo pelo rojo, de gran inteligencia y mayor carisma. Alta y fuerte, de mirada severa y voz autoritaria.
Fue la orgullosa reina de los icenos, una tribu asentada en Anglia del Este, en la zona que hoy comprende las regiones de Norfolk y Suffolk. Su nombre significa Victoria en la lengua celta y fue la caudillo que lideró la rebelión contra Roma.
Nacida en una familia aristócrata, pronto se desposa con el rey de los icenos, Prasutago. El reino había sido cliente de Roma, es decir, aliado durante la invasión de la época del Emperador Claudio, alrededor del año 43. A cambio, el rey había firmado un pacto por el cual se declaraba al emperador romano como coheredero al reino Iceno. Prasutago y Boudica sólo tuvieron descendencia femenina. Para los icenos, cualquiera de sus hijas podría hacerse con la corona tras la muerte del rey, pero los romanos sólo contemplaban la sucesión por agnación.
Al morir Prasutago sin descendencia masculina, Roma actuó como si hubiese anexionado el terreno y no reconoció a las hijas del soberano como legítimas herederas. El rey muerto había gobernado a base de préstamos y su impagable deuda se transmitió a sus súbditos. Al declararse en bancarrota, los romanos arrasaron las aldeas vecinas en busca de su tributo y acudieron al feroz pillaje y a la violencia extrema.
Como escarmiento, la reina de los icenos fue desnudada y azotada delante de su pueblo mientras era testigo de la violación de sus hijas. La vergüenza y el escarnio público a la que se sometió a la tribu britana fue criticada incluso en la propia Roma.
La venganza de Boudica
Alrededor del año 60 Boudica, que seguía contando con el apoyo y el respeto de su pueblo, empieza a perfilar su venganza aunando los esfuerzos de su tribu con la de algunos de sus vecinos.
Aprovechando que el gobernador de la recién conquistada provincia romana se encontraba ocupado en una campaña en Gales, las tribus unidas atacan Camulodonum, la actual Colchester, convertida en colonia romana con una importante guarnición.
Según las crónicas romanas, Boudica convocó a la diosa Andraste, la divinidad de la victoria, y de entre los pliegues de su túnica, salió una liebre, animal venerado por los druidas, que de inmediato corrió en dirección a las tropas romanas. Esto se interpretó como un buen augurio y comenzaron los preparativos para la guerra.
Camulodonum es cercada y tras varios días de asedio es tomada a la fuerza. La Legión IX, reclutada en Hispania, acude en ayuda de la ciudad pero es emboscada y aniquilada al completo. No se hicieron prisioneros y más de 5.000 legionarios son pasados a cuchillo.
Las noticias llegan a la capital provincial romana, Londinium, a pocos kilómetros de la vecina y sometida Camulodonum. Cayo Suetonio Paulino, gobernador de la Britania, intenta asistir a la capital romana pero no cuenta con los números suficientes como para hacer frente al ejército liderado por Boudica.
El pavor anega la ciudad que es abandonada rápidamente y tomada por la coalición sin esfuerzo. Londinium es completamente arrasada y quemados sus cimientos. Los rebeldes centran los esfuerzos en su próxima víctima, la ciudad de Verulamium, cerca de la actual St Albams.
También es asediada, tomada y arrasada. Pero ya se sabe lo que se dice sobre Roma, pierde batallas pero no guerras.
La respuesta de Roma
Cayo Suetonio Paulino viaja hacia Exeter y reúne sus profesionales y veteranas legiones, dispuesto a ofrecer batalla campal a los insurgentes. Boudica y sus indisciplinados guerreros, henchidos de moral y ardor combativo, no dudan en enfrentarse a Roma a campo abierto. Un error que pronto pagarán con creces.
Elegido el terreno propicio con tiempo, asentadas las legiones y preparadas para la batalla, Paulino aguarda al ejército iceno. Pese a ser superados en número, la profesionalización marcial de los romanos, curtidos en cientos de guerras a lo largo del mundo conocido, los hacía temibles y prácticamente invencibles en un campo de batalla.
Las tribus coaligadas, llenas de pasión y envalentonadas por los recientes triunfos, sin organización ni disciplina, muerden el anzuelo.
Las crónicas cuentan que Suetonio Paulino pidió ser despertado en cuanto fuese avistado el ejército enemigo. Los sublevados aparecieron al otro extremo del campo de batalla. Una ligera pendiente favorecía a los romanos.
Catapultas, onagros y balistas fueron hábilmente situados. Las hileras y columnas de legionarios se colocaron con precisión, con el objetivo de resistir las primeras acometidas, mientras iban siendo relevados periódicamente para conservar su vigor y energía.
Por el otro lado, los icenos y sus aliados concentraron su potencial en una masa heterogénea y desordenada. Los carros de guerra britanos se mezclan con los carros y pertrechos de las familias que acompañan a los guerreros, que se sitúan en retaguardia.
Ese fue el error táctico que el gobernador romano esperaba. Antes de dar comienzo a la batalla supo que la había ganado, supo que sería una victoria total.
Las legiones, bien pertrechadas y organizadas, soportaron el ímpetu iceno y aguantaron las primeras acometidas de los carros y hordas enemigos. Mientras, los britanos pintados de azul y con los torsos desnudos, enfebrecidos por la sangre y la euforia del primer momento, fueron perdiendo fuerza y empuje.
La línea romana resistió y las bajas en las filas britanas hizo dudar a los de Boudica, que ya volvían la vista en busca de sus familias temerosos de perder la batalla.
Es en ese momento cuando Suetonio Paulino manda avanzar a sus legiones. Paso tras paso, con empujones de escudo y sin perder la formación, hacen retroceder a los icenos que, sin percatarse, van directos a la trampa mortal.
La disposición de los carros, tiendas y campamento de las propias familias dificulta la retirada britana. La caballería maniobra para envolver a los rebeldes que son masacrados sin piedad. Niños, mujeres y ancianos, guerreros y familiares, muy pocos sobreviven a la cruel maquinaria romana.
El fin de la heroína, el comienzo del mito
La leyenda se abre paso a continuación. Unos sostienen que la reina insurgente Boudica consiguió escapar pero, no soportando el dolor de la derrota, se suicida ingiriendo un veneno. Sus hijas la acompañan en este destino.
También encontramos veneno en la crónica que cuenta que fue apresada por el gobernador romano y encarcelada tras la batalla. Una vez en las mazmorras, sabiendo de la nueva humillación a la que sería sometida en Roma, bebió el fatal líquido.
Otros dicen que murió en la celda a causa de las heridas sufridas en la contienda. Lo cierto es que el rastro de la emblemática reina se pierde tras la derrota icena.
El mito de Boudica es recuperado en pleno auge colonizador del Imperio Británico. Los historiadores resucitan al personaje y lo vinculan con ánimos propagandísticos a la figura de la todopoderosa reina Victoria.
No sólo sus nombres coinciden, los estudiosos enseguida equiparan su ardor guerrero, su valentía y astucia, y la ensalzan como la primera reina de Britania, estableciendo a Victoria como su legítima sucesora.
Es de esta época (1905) la estatua que todavía se puede observar cerca del puente de Westminster, frente al Parlamento británico, que fue encargada por el príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha.
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