El Támesis, la arteria de Londres
El río más importante de Londres nace en los montes de Cotswold y atraviesa el país hacia el Este para encontrase, en forma de estuario, con el mar del Norte.
Con más de 340 kilómetros y unas 80 islas, esta maravilla fluvial de la naturaleza ha sido el eje vertebrador de la política, la economía y la sociedad no sólo de Londres, si no de todo el Reino Unido. Sus universales aguas son las páginas de la historia de una de las principales potencias del planeta.
El nombre de Támesis es todavía objeto de estudio y polémica. Podría decirse que deriva del celta-britón Tamesas y vendría a significar “el oscuro”. Más tarde, con la llegada de los romanos en el 55 y 54 a. C. de la mano de Julio Cesar, en especial su segunda expedición, el río fue latinizado con el nombre de Támesis.
Fueron ellos, los romanos, los que se asentaron rápidamente en sus márgenes conscientes de su poderío comercial y estratégico. Así, tras los sucesivos intentos infructuosos de Cesar, el emperador Claudio invadió la isla en el 43 d.C. y plagó de fortificaciones el río.
Entre ellas destacan los asentamientos de Dorchester, Cornhill y Ludgate Hill, y el campamento militar de Londinium, cuyas antiguas murallas sirven hoy como límite fronterizo de la famosa City de Londres.
También construyeron el primer puente que cruzó el Támesis, situado en el actual London Bridge. El puerto y la ciudad pronto florecerían gracias a las posibilidades comerciales que generaba su gran río.
La decadencia de Roma y su debilidad desembocaron en su total colapso en el siglo V y en la entrada de los sajones. Esta tribu germánica, que venía arrasando las poblaciones esparcidas en las orillas del Támesis, consiguió asentarse definitivamente en la isla, ocupando el vacío dejado por los latinos.
El río, defensa y comercio romano, había sido la puerta por la que entraron los invasores sajones.
Precisamente también el cristianismo utilizó sus aguas para expandirse y para bautizar a los nuevos seguidores en su credo. A finales del siglo VI, el Papa Gregorio envía una misión religiosa para convertir la isla al cristianismo.
Los monjes, encabezados por San Agustín, desembarcan en la isla de Thanet, en el margen sureste del estuario del Támesis, y comienzan su predicación.
Para ello remontan el gran río y fundan varios conventos a lo largo del mismo, como Chertsey (666), Abingdom (675) o el complejo monástico de la isla de Thorney, lo que más tarde ampliaría Eduardo el Confesor al convertirlo en Westminster.
La misma ruta siguieron los vikingos daneses. Sus incursiones, que llegaron hasta la ciudad de Reading, tiñieron de miedo y sangre las aguas del río. Alfredo el Grande, rey de Wessex, resistió los ataques vikingos estableciendo una línea defensiva a lo largo del Támesis. Ello le valió la firma de un tratado de paz (878) que alejaba a los invasores de Londres y los mantenía al norte del río.
Alfredo se autoproclama rey de los anglosajones, pero su muerte en 899 desató nuevamente las hostilidades danesas, que culminaron en la conquista de Oxford y con el ascenso del vikingo Canuto al trono de Inglaterra en 1014.
Otro invasor observó y utilizó el valor estratégico del Támesis para alcanzar sus propósitos y alzarse con la hegemonía de la isla. Guillermo de Normandía desembarca al sur de Inglaterra, en Pevensey, y derrota en Hastings (1066) al recién coronado y vencedor de Stamford Bridge, Harold I Pie de Liebre.
El normando avanza rápidamente hasta la capital donde es proclamado rey. Una de sus primeras acciones es la construcción de varias fortificaciones a lo largo del Támesis, como Wallingford, Rochester, Windsor y un torreón militar colindante al campamento romano de Londres, La Torre blanca de la Torre de Londres.
Con esta medida pretende asentar el nuevo dominio normando y apuntillar su defensa utilizando la principal arteria comercial y comunicativa de la región, el Támesis.
Son numerosas las batallas, escaramuzas y defensas alrededor del río a lo largo de la historia de Inglaterra. En 1215 el rey Juan es forzado a firmar el Great Charter (Carta Magna) por los barones a orillas del Támesis cerca de la localidad de Runnymede.
Durante la Guerra Civil (1642-1648) las hostilidades y asedios en torno al Támesis fueron constantes y, ante una posible invasión alemana durante la II Guerra Mundial, se construye a lo largo del río una cadena de defensas con más de 5000 bunkers.
The Great Stink (El Gran Hedor)
Inglaterra alcanza su apogeo a lo largo del siglo XIX y en sus senos surgen dos Revoluciones Industriales. El avance tecnológico tiene un coste y entre sus víctimas se encuentra el río.
Al deterioro que ya había denunciado Eduardo III en el siglo XIV y que Enrique VIII trató de frenar mediante la promulgación (1535) de débiles leyes, le suceden siglos de contaminación exponencial.
Las fábricas arrojan sus residuos impunemente, la superpoblada Londres limpia sus calles en sus aguas y el tránsito constante de barcos hace aflorar las epidemias y enfermedades.
El hedor era tal que 1858 se conoce bajo el nombre de “Great Stink”, la gran peste. Esto motivó la formación de varias comisiones encargadas de hallar una solución para el problema de la polución del río.
Tras varias negociaciones, debates y medidas, lo único que se consigue es trasladar el problema río abajo, hasta la zona de Barking.
Años más tarde, en 1878, el hundimiento del barco de vapor Princess Alice reflota el asunto residual de nuevo. Las más de 600 vidas que se cobra el incidente motivan una investigación, que resuelve que las putrefactas aguas del Támesis aceleraron las muertes de los naufragados.
La mejora del alcantarillado, el endurecimiento legal de vertidos y la ampliación del suministro de agua mejoran paulatinamente el estado del río.
Paradójicamente, el declive imperial y colonizador de Inglaterra, junto al aumento del transporte terrestre, la aparición de las plantas de tratamiento de aguas y la protección de algunas zonas del Támesis, hacen que Londres vea recuperar relativamente su arteria fluvial a lo largo del siglo XX.
Pese a todo, en 1950, el último tramo del Támesis fue declarado biológicamente muerto.
En la actualidad, las medidas para la recuperación del Támesis, de la salud, de la fauna y la vegetación de sus aguas, es una constante en la que se invierten cientos de millones de libras. Como ejemplo hoy se cuentan 119 tipos de peces cuando, dos siglos atrás, ningún ser vivo podría sobrevivir.
La venganza del río, el escudo de la ciudad
Varias han sido las inundaciones provocadas por el Támesis a lo largo de su historia. Por ello y como respuesta al aumento del nivel del mar provocado por el cambio climático, el país llevó a cabo una de las obras de ingeniería más impresionantes del pasado siglo.
Se trata de una infraestructura, situada cerca de Canary Wharf, que actúa como una gigantesca barrera móvil que protege a la ciudad de posibles crecidas de su río principal.
Con más de 500 metros de longitud, esta defensa fluvial está dividida en diez compuertas de casi cuatro toneladas de peso y 20 metros de altura, afirmadas al lecho del río por enormes pilares.
En caso de emergencia, las compuertas rotan formando un muro destinado a contener el empuje de las aguas. Mientras no se active el sistema, los barcos son capaces de transitar cruzando los mecanismos sin ningún problema.
Esta medida, nacida en 1983, es la segunda infraestructura de su estilo en dimensiones, sólo superada por la holandesa de Maeslantkering, y cubre una superficie de 125 kilómetros cuadrados.
Cuando el elefante cruzó el Támesis
El cauce del río más importante de Londres se ha congelado en varias ocasiones. En los registros históricos, los inviernos de 1683 y 1684 son los más fríos documentados.
Cuando los inviernos eran especialmente duros, como en esos años, el río se congelaba a menudo, debido a que el grosor de los pilares de los puentes que lo cruzan hacía que el agua se estancase, permitiendo su congelación.
Los habitantes de Londres no dudaban en aprovechar semejante circunstancia para, bien abrigados, deslizarse por el río con sus patines, improvisar ferias y mercados, e incluso representar obras de teatro.
En una de las últimas fiestas heladas que se recuerdan en la capital, la del invierno de 1814, un feriante y su elefante cruzaron a pie el congelado Támesis.
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