LONDRES IMPULSORA DE LA PIRATERÍA
La capital británica impulsó muchas acciones piráticas contra sus enemigos mediante la promulgación de las famosas patentes de corso.
La lucha por el control comercial y la delgada línea entre la piratería y los corsarios
La piratería es tan antigua como la propia Antigüedad y sigue siendo tan actual como el día a día. Pero las películas, libros y leyendas nos han inyectado en la cabeza la imagen de los marineros, piratas o corsarios, que tuvieron su apogeo durante la hegemonía española y durante su control marítimo del Caribe y las Américas, entre los siglos XVI y XVII.
Era éste un mundo en el que el principal vehículo era el barco, y las corrientes marítimas eran las autopistas por donde fluía el comercio, lugar perfecto para el desarrollo de la piratería.
Diferencia entre piratas y corsarios
Los piratas o corsarios son aquellos marineros que se dedicaron a saquear y asaltar ciudades y a apresar y robar barcos. La única diferencia entre ellos es que sólo unos tenían patentes de corso.
A través de estos documentos oficiales, un Estado autorizaba a cualquier individuo a comenzar una campaña naval de saqueo y captura de barcos piratas y otras embarcaciones de países enemigos, es decir, con distinta bandera. El Estado siempre se llevaba parte del botín de los corsarios.
Por otro lado, el pirata no rendía cuentas a nadie y no guiaba sus ataques por ninguna bandera. Es muy normal confundirlos puesto que para el mismo país sus piratas eran corsarios, mientras que consideraba a los corsarios de sus enemigos como piratas. Ambos terminaban, en uno u otro país, ajusticiados en la horca.
A partir de la reforma religiosa de Enrique VIII y, por consiguiente, del alineamiento de Inglaterra en contra de España, la potencia hegemónica del siglo XVI, Isabel I, sucesora del monarca inglés, promueve las patentes de corso.
La idea detrás de este movimiento era perjudicar el comercio español de las Indias Occidentales, sin declarar abiertamente la guerra, mientras que la corona era beneficiaria de un porcentaje de cada asalto o captura.
Los piratas de Londres
Numerosos autores actuales colocan a las grandes compañías comerciales de Londres detrás de muchos de los piratas británicos que operaron sobre todo durante el siglo XVII, dejando de relieve que Inglaterra impulsó su imperio comercial a través de acciones oficiales de corso y de otras secretas, conspiratorias y negras como la propia bandera pirata, la Jolly Rogers.
Las emergentes compañías comerciales y esclavistas de Londres, al igual que la monarquía inglesa, tenían fuertes intereses en torpedear las líneas comerciales de los países europeos.
Pero la lucha por la explotación comercial de las rutas marítimas y esclavistas será motivo despiadado de disputa entre las compañías privadas londinenses y la monarquía inglesa, durante siglos.
Francis Drake ilustra a la perfección la piratería como arma del Estado contra sus enemigos, mientras que William Kidd ejemplifica cómo estos corsarios fueron utilizados como marionetas en el tablero político y económico inglés.
Sir Francis Drake, de héroe corsario a olvidado pirata
Todavía se puede observar una réplica del galeón de este pirata inglés en la orilla sur del Támesis, cerca de London Bridge. Este navío, el Golden Hind, fue con el que circunnavegó el globo terráqueo y sobre el que, tras su vuelta a Londres, fue nombrado sir por la propia Isabel I.
Francis Drake (1543-1596) nació en medio de la convulsión religiosa que reinaba en Inglaterra tras la reforma anglicana de Enrique VIII, que le granjeó la enemistad con España. Comenzó a trabajar en el barco de su vecino, un mercader que transportaba mercancías a Francia, y que heredó tras su muerte.
En 1567 se enroló en la expedición de su primo, el también célebre pirata y esclavista, John Hawkins, cuya misión era el comercio y transporte de esclavos de las costas africanas a las colonias inglesas americanas.
Pese a que la tensión entre España e Inglaterra era máxima, la guerra no se declararía hasta 1585. Este hecho no fue óbice para que Drake atacara las posesiones y navíos españoles, amparado por la reina Isabel.
Al resguardo de la corona, Drake sale de Plymouth y atraviesa el Atlántico. Dirige su bajel hacia el sur hasta encontrar el Pacífico. Remonta las costas americanas y traspasa los dominios de Nueva España.
En la actual entrada de la bahía de San Francisco, en los Estados Unidos, funda un puerto bajo el nombre de Nueva Albión. De ahí cruza hacia las islas Molucas, pone rumbo al cabo de Buena Esperanza para a continuación encaminarse de vuelta a Plymouth.
Es en el puerto de Deptford, entre Canary Wharf y Greenwich, en la cubierta de su barco, donde la reina le arma caballero en 1581, como primer inglés en circunnavegar el globo. Esta proeza la consigue casi sesenta años después de que la expedición española liderada por Elcano lo consiguiera por primera vez en la historia.
Felipe II declara la guerra a Inglaterra en 1585 por las constantes acciones piráticas respaldadas por Isabel I y por el apoyo inglés a los levantiscos holandeses. La reina pone a Drake al mando de un escuadrón de 21 naves y más de 2000 hombres rumbo a las Américas.
Pero, como buen pirata, Francis Drake decide atacar las costas gallegas de donde es firmemente repelido. A continuación escoge las islas Canarias como víctima, pero no consigue más que asaltar unas cuantas carabelas.
Salta al mar Caribe y elige minuciosamente las poblaciones menos pobladas y defendidas. Las toma, saquea, incendia y pide rescate por su devolución. Tras un año deambulando y atacando las posesiones caribeñas de España, vuelve a Portsmouth.
Oportunista corsario, Drake se abalanza en 1587 sobre la despistada Cádiz. La inteligencia holandesa le había informado de que allí se estaba preparando la Gran Armada destinada a la invasión de Inglaterra. Drake entra en la bahía gaditana inesperadamente, destroza una veintena de barcos amarrados en sus puertos y consigue retrasar la expedición española.
De vuelta a Inglaterra se encuentra con el portugués San Felipe, que venía cargado de las Indias Occidentales. Sin pensarlo, el inglés aprovecha semejante golpe de suerte y se apodera de él y de su cargo.
En 1588 España lanza su famosa expedición de la «Armada Invencible» que fracasa por el pésimo mal tiempo, constante desde su salida de Lisboa, y por la pérdida de una pieza clave en la campaña, Don Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz, el mejor marinero español de todos los tiempos, muerto por el tifus meses antes.
Lo que no es tan conocido es lo que pasó tras el desastre español. Isabel I se apresura a conjurar en Londres a todos los corsarios y piratas bajo el mando de Inglaterra. Pretende lanzar una expedición de castigo contra España, ahora que su armada ha sido tan debilitada. A esta campaña se la conocerá como la Invencible Inglesa o la Contra-armada.
El almirante de la flota será Francis Drake, que se pone al frente de 200 barcos y casi 25000 hombres. El mal tiempo no juega ningún papel en esta ocasión, pero la expedición es un rotundo fracaso. 40 buques son capturados o hundidos por los españoles y otros 40 desertan de las filas inglesas tras el varapalo. 15000 muertos y unos 5000 huidos.
La armada inglesa vuelve a casa con el rabo entre las piernas y Francis Drake, encumbrado como héroe, pasa a ser despreciado.
Drake vuelve esperanzado a las posesiones españolas del Caribe pero de nuevo fracasan sus intentos. Enfermo de disentería, encuentra la muerte en Portobelo, Panamá.
Una flota española, que había sido enviada para desalojarlos de aquellos mares, consigue encontrarlos y derrotarlos. A la muerte de Drake se le añade ahora la de su primo Hawkins.
El Capitán Kidd y la lucha por el poder comercial
William Kidd (1655-1701), como muchos antes y después de él, se hizo capitán de barco tras un motín. Este escocés fue nombrado jefe por la misma tripulación que se había levantado contra el anterior capitán y lo había ejecutado.
Puso rumbo al Caribe donde comenzó a servir para un gobernador británico en plena Guerra de los Nueve Años contra Francia.
Al no poder pagar sus servicios, el gobernador emitió una patente de corso a Kidd, que le permitía quedarse con parte del botín incautado a sus enemigos. Más tarde Guillermo III de Inglaterra renueva su patente y le otorga un nuevo buque, el Adventure Galley.
Tras una temporada actuando en los mares americanos, el marino escocés dobla el cabo africano de Buena Esperanza y se dirige hacia el mar Rojo. Mientras, en Londres las tensiones por el poder entre la corona y la gigantesca East India Company se encrudecen aún más. William Kidd pagará las consecuencias.
El Capitán Kidd avista un mercante bajo bandera francesa en aguas de la India. Creyendo perfectamente avalado su ataque, éste captura el navío y su cargo.
Cuando las noticias llegan a Londres, la Compañía Oriental inglesa mueve sus hilos y acusa al Capitán Kidd de piratería. Aparecen muchos testigos y víctimas que apuntan al escocés como el protagonista de hechos despiadados, de muertes terribles y de ataques inhumanos.
William vuelve a Norteamérica. En Nueva York descubre que ha sido acusado de piratería y que se ha emitido una orden de búsqueda y captura contra él. El gobernador de Boston, antiguo amigo, le traiciona y apresa para luego enviarlo a Inglaterra donde será juzgado.
El marino es encerrado en la desaparecida prisión londinense de Newgate. El propio rey Guillermo III solicita clemencia para su corsario, pero es inexorablemente rechazado.
En 1701 en Wapping, en lo que se conocía como Execution Dock, la soga que sujetaba el cuerpo de William Kidd se rompe y tiene que ser colgado de nuevo.
La segunda cuerda resiste y acaba con su vida. Su cuerpo enjaulado y untado con brea es expuesto a orillas del Támesis durante tres años. Muchos creen ahora que William Kidd, que siempre se declaró inocente de sus acusaciones, fue traicionado y usado políticamente.
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